febrero 06, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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si el amor total por una persona en particular, con los riesgos que comporta, tanto para sí como para el otro, de inevitable engaño, de abnegación y de humildad auténtica, pero también de violencia latente y de exigencia egoísta, merece o no el lugar exaltado que le han concedido los poetas. Lo que sí parece evidente es que esta noción del amor pasión, escandaloso en ocasiones pero imbuido de una especie de virtud mística, no puede subsistir a no ser asociándolo a una forma cualquiera de fe en la transcendencia, aunque no sea más que en el seno de la persona humana, y que una vez privado del soporte de valores metafísicos y morales que hoy se desprecian -tal vez proque nuestros predecesores abusaron de ellos-, el amor locura pronto se convierte en un inútil juego de espejos o en una manía triste.

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No hay en ello sublimación como pretende una fórmula desacertada e insultante para la misma carne, sino oscura percepción de que el amor por una persona determinada, aun siendo tan desgarrador, no suele ser sino un hermoso accidente pasajero, menos real en cierto sentido que las predisposiciones y opciones que lo preceden y que sobrevivirán a él.

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Prólogo, (1967). Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

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