febrero 14, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

[...]

Amar su inocencia fue mi primer pecado. No sabía yo que estaba luchando contra un rival invisible, lo mismo que nuestro padre Jacob contra el ángel, ni que la apuesta del combate era aquel muchacho de cabellos desordenados, coronados de briznas de paja y que esbozaban una especie de aureola. Yo no sabía que otro había amado a Juan antes de que yo lo amara, antes de que él me amara a mí; yo no sabía que Dios era el remedio que buscan los solitarios.

[...]

Comprendí más tarde que yo representaba para él la peor de las culpas carnales, el pecado legítimo, aprobado por la costumbre, tanto más vil cuanto que está permitido revolcarse en él sin rubor, tanto más de temer cuanto que no trae consigo la condenación.

[...]

Pecamos porque Dios no está: como nada perfecto se presenta ante nosotros, nos resarcimos con las criaturas.

[...]

Me di cuenta enseguida de que no podía seducirlo, pues no huía de mí.

[...]

frente a la Pasión, me olvidé del amor. He aceptado la pureza como la peor de las perversiones.

[...]

Guiada por un recuerdo, ángel incorruptible, entré en aquella caverna horadada en lo más profundo de mí misma; me acerqué a aquel cuerpo como a mi propia tumba.

[...]

María Magdalena o la salvación, en Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

No hay comentarios: