febrero 14, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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Amar su inocencia fue mi primer pecado. No sabía yo que estaba luchando contra un rival invisible, lo mismo que nuestro padre Jacob contra el ángel, ni que la apuesta del combate era aquel muchacho de cabellos desordenados, coronados de briznas de paja y que esbozaban una especie de aureola. Yo no sabía que otro había amado a Juan antes de que yo lo amara, antes de que él me amara a mí; yo no sabía que Dios era el remedio que buscan los solitarios.

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Comprendí más tarde que yo representaba para él la peor de las culpas carnales, el pecado legítimo, aprobado por la costumbre, tanto más vil cuanto que está permitido revolcarse en él sin rubor, tanto más de temer cuanto que no trae consigo la condenación.

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Pecamos porque Dios no está: como nada perfecto se presenta ante nosotros, nos resarcimos con las criaturas.

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Me di cuenta enseguida de que no podía seducirlo, pues no huía de mí.

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frente a la Pasión, me olvidé del amor. He aceptado la pureza como la peor de las perversiones.

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Guiada por un recuerdo, ángel incorruptible, entré en aquella caverna horadada en lo más profundo de mí misma; me acerqué a aquel cuerpo como a mi propia tumba.

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María Magdalena o la salvación, en Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 13, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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Ardiendo con más fuegos... Animal cansado, un látigo de llamas me azota con fuerza las espaldas. he hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Me despierto cada noche, envuelta en el incendio de mi propia sangre.

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Los cristianos rezan ante la cruz y la besan. Les basta ese trozo de madera, aun cuando de él no cuelgue ningún Salvador. El respeto debido a los ajusticiados acaba por ennoblecer el inmundo aparato del suplicio: no basta con amar a las criaturas; hay que adorar asimismo su miseria, su envilecimiento, su desdicha.

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No caeré. He llegado al centro. Escucho el latido de un reloj divino a través del delgado tabique carnal de la vida llena de sangre, de estremecimientos y de jadeos. Estoy cerca del nucleo misterioso de las cosas así como en la noche nos hallamos, en ocasiones, cerca de un corazón.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 12, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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No me importa cuál sea el paso que te haga caer sobre mi cuerpo.

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Se llega virgen a todos los acontecimientos de la vida. Tengo miedo de no saber cómo arreglármelas con mi dolor.

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Utilidad del amor. Los voluptuosos se las componen para realizar sin él la exploración del placer. No se sabe qué hacer con el deleite durante una siere de experiencias sobre la mezcla y combinación de los cuerpos. Depués, se da uno cuenta de que aún quedan descubrimientos que hacer en tan oscuro hemisferio. Necesitábamos el amor para que nos enseñara el dolor.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 11, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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No darse ya es seguir dándose. Es dar nuestro sacrificio.

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No hay nada más sucio que el amor propio.

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Lo único horrible es no servir para nada. Haz de mí lo que quieras, incluso una pantalla, incluso un metal buen conductor.

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No tengo miedo de los espectros. Sólo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 10, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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Soporto tus defectos. Uno se resigna a los defectos de Dios. Soporto tu ausencia. Uno se resigna a la ausencia de Dios.

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Un niño es un rehén. La vida nos tiene atrapados.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 09, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 08, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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En el avión, cerca de tí, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.

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Puesto que cada una de las trampas que sorteo me encierran en el amor, que acabará por ser mi tumba, terminaré mi vida en un calabozo de victorias.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 07, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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Cuando estás ausente tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.

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Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.

febrero 06, 1991

Fuegos (1936) | Marguerite Yourcenar

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si el amor total por una persona en particular, con los riesgos que comporta, tanto para sí como para el otro, de inevitable engaño, de abnegación y de humildad auténtica, pero también de violencia latente y de exigencia egoísta, merece o no el lugar exaltado que le han concedido los poetas. Lo que sí parece evidente es que esta noción del amor pasión, escandaloso en ocasiones pero imbuido de una especie de virtud mística, no puede subsistir a no ser asociándolo a una forma cualquiera de fe en la transcendencia, aunque no sea más que en el seno de la persona humana, y que una vez privado del soporte de valores metafísicos y morales que hoy se desprecian -tal vez proque nuestros predecesores abusaron de ellos-, el amor locura pronto se convierte en un inútil juego de espejos o en una manía triste.

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No hay en ello sublimación como pretende una fórmula desacertada e insultante para la misma carne, sino oscura percepción de que el amor por una persona determinada, aun siendo tan desgarrador, no suele ser sino un hermoso accidente pasajero, menos real en cierto sentido que las predisposiciones y opciones que lo preceden y que sobrevivirán a él.

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Prólogo, (1967). Fuegos (1936). Marguerite Yourcenar.